José María Giner Pantoja, protagonista del siglo XX
José María Giner Pantoja se merecía un lugar destacado en este blog. La mayoría de los vecinos de El Pardo no sabemos quién fue, pero ocupó un lugar destacado en la historia del Real Sitio y la de España.
Fue el único hijo de Alberto Giner Cossío
y Tomasa Pantoja Monasterio. Alberto Giner era primo hermano de Francisco Giner
de los Ríos, médico y profesor de excursiones de la Institución Libre de
Enseñanza. Su madre, Tomasa, era hija de José María Pantoja y Agudo, destacado
masón. Tanto Alberto como Tomasa eran profundamente católicos y de ideología
liberal.
Alberto Giner, de pie a la derecha, con Tomasa y su hijo José, sentados, junto a Ricardo Rubio, Manuel B. Cossío y Francisco Giner de los Ríos. Fundación Francisco Giner de los Ríos. |
En 1886, Alberto Giner comenzó a dirigir los Asilos de El
Pardo por lo que el matrimonio se estableció en la propia institución de
beneficencia. Los Asilos ocupaban las antiguas caballerizas y el antiguo
cuartel de Guardias de Corps del Real Sitio, situados en las inmediaciones del
Palacio de El Pardo. José Giner Pantoja nació en Madrid en 1889. La familia vivió en los Asilos hasta que Alberto Giner dimitió de su cargo de director a finales de
1922.
Marcos González. El Pardo. Patio de los Asilos |
Durante todos esos años, El Pardo fue lugar predilecto de las excursiones de Francisco Giner y sus discípulos. Además, Alberto Giner tenía pacientes particulares y amigos que se alojaban en las distintas casas que tenía en el casco urbano: Calle de San José, Calle Mira el Río y Plaza de Rogelio Enríquez. Entre los que trató en El Pardo figuran el pedagogo Luis de Zulueta, el escritor y traductor Ramón María Tenreiro, el neurocientífico Nicolás Achúcarro o el hispanista Marcel Bataillon. Fue dueño de varias viviendas en el Sitio Real en la que pasaban temporadas personas cercanas a la Institución, como Joaquín Costa.
José Giner Pantoja pasó los primeros años de vida en El
Pardo, conviviendo con los asilados, hombres, mujeres, niños y niñas pobres.
Años después comenzó sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza. Durante
los cursos escolares vivía en la Institución y pasaba los fines de semana en El
Pardo. En 1909 se licenció en Filosofía y Letras (Historia) por la Universidad
Central. Se doctoró y estuvo alojado en la Residencia de Estudiantes, entonces
en la calle Fortuny.
Se implicó en los centros educativos vinculados con la
Institución Libre de Enseñanza. En 1910 comenzó a trabajar de profesor en la propia
Institución Libre de Enseñanza, especializándose en la enseñanza de Historia e Historia del arte. Entre 1914 y 1921 impartió la asignatura “Historia de las
Bellas Artes” en la Escuela de institutrices de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Durante varios cursos dirigió las excursiones del Instituto-Escuela de Madrid a los museos de Reproducciones Artísticas, Prado y
Arqueológico Nacional para explicar la Historia general del Arte. Por último,
fue director de la Casa Escuela Concepción Arenal (1921-1925), del Protectorado
del Niño Delincuente. El Protectorado, presidido por Tomasa Pantoja y promovido
por la portuguesa Alice Pestana, fue el primer reformatorio de Madrid y llevó a
la práctica las ideas de Concepción Arenal para la corrección de los jóvenes
delincuentes.
Dormitorio y baño de la Casa-Escuela Concepción Arenal. Nuevo Mundo, nº 1432 (1921). Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España. |
En 1910 ingresó en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Menéndez Pidal, formando parte de la sección “Instituciones Sociales y Políticas de León y Castilla” que dirigía Eduardo de Hinojosa. En 1915 terminó su colaboración en el Centro.
En 1916 en el primer viaje que hace el escritor
norteamericano John Dos Passos a España se hicieron amigos y mantuvieron la relación
toda la vida.
Pepe Giner era mi cicerone. Por la
tarde, pasábamos a veces frente a la encantadora ermita de Goya a la que la
expresión de Jefferson “arquitectura esférica” se aplica tan bien, y
atravesando la llanura de encinas que constituye el fondo de los retratos de
Velázquez, llegábamos hasta el antiguo pabellón real de El Pardo. El padre de
Pepe, un médico retirado […] también él parecía pintado por El Greco. La madre
de Pepe, siempre de negro, era una de las señoras devotas en los cuadros de
monjas de Zurbarán. Tomábamos una especie de merienda-cena con ellos y
regresábamos al oscurecer.
El verano de 1920 lo pasó en La Granja de San Ildefonso.
Allí conoció y entabló amistad con la infanta Isabel, la Chata. Así lo
comentaba a Dos Passos:
es una pobre vieja excelente y muy
divertida para tratarla como objeto arqueológico. No sabe Ud. lo amigos que nos
hemos hecho ella y yo. Raro ha sido el día que no pasara en su compañía
hablando su cuarto de hora!! Esto me ha dado un prestigio entre la gente
chic que he estado a punto de ser lo que por aquí llamamos un pollo elegante
En 1921 obtuvo las oposiciones al cuerpo facultativo de
archiveros, bibliotecarios y arqueólogos. Su primer destino fue la Jefatura del
Archivo de la Delegación de Hacienda y Biblioteca Provincial de La Coruña. Aunque
su deseo era trabajar en el Museo del Prado o en el Museo Arqueológico, al año
siguiente se traslada al Archivo Histórico Nacional, situado entonces en el mismo edificio que comparten la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional. En este Archivo se hizo
cargo de la Sección de Órdenes militares donde realizó la catalogación completa
de los pleitos y ocupó el cargo de secretario. Los ratos que no se encontraba
en el Archivo trabajaba en la Institución o en el Protectorado del Niño Delincuente.
José Giner Pantoja, el primero de la izquierda. Nuevo Mundo, nº 1917 (1930). Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España |
La llegada de la Segunda República llevó a José Giner a
trabajar para el Patrimonio de la República, actual Patrimonio Nacional. Realizó
los trabajos de separación de los bienes privados que había abandonado la
Familia Real en el Palacio Real de Madrid, para restituirlos a los Borbones, de
los del Estado y se ganó el afecto de la reina Victoria Eugenia. En 1932 se
pidió su colaboración para las explicaciones artísticas del Palacio Real de
Madrid, entonces llamado Nacional, y como secretario de la Comisión artística
del Consejo de Administración del Patrimonio de la República se encargó de la
museología del Palacio. En 1934 comenzó a preparar la guía artística de los tapices
de los palacios de Madrid y El Pardo y ampliación del inventario de alfombras.
John Dos Passos narra una visita al entonces Palacio Nacional guiados por José Giner:
Nadie mejor capacitado que él. Nos
condujo por la gran escalera de mármol hasta el salón del trono, con sus leones
dorados y su profusión de bustos negros de emperadores romanos. Todo aquello era
obra de los Borbones. Pepe nos enseñó el techo que Tiépolo había pintado […].
Se mostraba tan entusiasmado que, finalmente, empecé a apreciar la
magnificencia de aquellas nebulosas abstracciones de gobierno y poder, bañadas
en la fría luz de las esferas celestiales. Hasta entonces, apenas me había
dignado mirar a los últimos representantes de la escuela veneciana.
Aquel día, Tiépolo venía bien con
nuestro estado de ánimo. Teníamos grandes esperanzas de que el nuevo poder
republicano en España avanzara envuelto en la clara luz de la razón. […]
En el Palacio Nacional reinaba la
calma. Nosotros éramos los únicos visitantes. Mientras nos enseñaba el similor,
los tapices y los relojes antiguos, Pepe, con su manera humorística habitual y
como quitándole importancia, nos describió la marcha del último de los Borbones.
[…]
Cuando hacía el inventario de los
bienes reales, Pepe se encontró por casualidad con la corona de España en una
bolsa de tela verde, escondida en un viejo armario ropero.
Mientras nos contaba lo sucedido, iba
enseñándonos las habitaciones donde habían ocurrido los distintos episodios.
Tuvimos la sensación de haberlos presenciado.
En 1936 volvió a ocuparse de temas sociales. Esta vez volvió
a la que había sido su casa durante tantos años, los Asilos de El Pardo. El gobierno
del Frente popular le nombró el 4 de marzo de 1936 vocal-delegado del patronato
del Orfanato Nacional de El Pardo (Asilos de El Pardo), cargo que ocupó hasta
la evacuación de los acogidos a Levante en noviembre de ese mismo año. Compartió
patronato con: Margarita
Rodríguez Velasco, profesora de la Escuela Normal de Santiago y directora
entre 1929 y 1935 de la residencia de niñas del Instituto-Escuela; Ramón María
de Labra y Martínez, hijo del conocido antiesclavista y exrector de la
Institución Libre de Enseñanza del mismo nombre; Guillermo Angulo Pastor,
profesor de la Escuela Nacional de Puericultura; Aurora Pérez González, viuda
del neuropsiquiatra José Sanchís Banús y exinspectora de estudios del Orfanato.
La labor que inició el patronato se vio interrumpida por la Guerra civil. Se
destituyó al administrador-depositario, Luis Carmona Terrón, y se sustituyó por
Luis Sánchez Cuesta, hermano del librero León Sánchez Cuesta. Se dotó de un
nuevo reglamento que creaba la figura del director del Orfanato, que debía
recaer en un educador. Para este puesto, hubo al menos dos candidatas, la
escritora y maestra Carmen Conde y la médico y enfermera María Teresa Junquera.
Finalmente, el nombramiento de María Teresa Junquera tuvo lugar a finales de
julio.
El 9 de febrero de 1937 se le encargó que se hiciera cargo
del Archivo General de Palacio, pues su director el poeta y pintor José Moreno Villa salió hacia Valencia en noviembre de 1936. También es en 1937 cuando se
le nombró vocal de la Junta Central del Tesoro Artístico que salvaguardó las
principales obras del patrimonio artístico del Museo del Prado, presidida por
Timoteo Pérez Rubio, del que fue su mano derecha. La Junta Central puso a salvo
las principales obras del Museo del Prado y de palacios y monasterios,
llevándolas primero a Valencia y después a Peralada, Figueras y Ginebra. De los
miembros de la Junta Central sólo Timoteo Pérez Rubio y Giner Pantoja se
negaron a prestar adhesión a Franco. El documental Las cajas españolas explica toda la labor de la Junta. Finalmente, fue miembro de Comité
internacional de expertos de catalogación de obras de arte españolas. Empezó
así un exilio de casi tres décadas.
En 1948 en una carta a su amigo John Dos Passos le narró lo
que había vivido en la última década:
Y ahora te contaré de mi vida, como
quieres para que estén enterado de mis aventuras. Me casé en París en 1940. Soy
completamente feliz, y heme aquí con una vida nueva y distinta de la que tú me
conociste! Mi mujer que es francesa y de origen belga, se llama Jeanne
Hovelacque y es la cuñada de un antiguo amigo y de mis padres el hispanista
Marcel Bataillon, que en El Pardo ha vivido con nosotros. Mi pobre madre murió
en Valencia en noviembre de 1937. Calcula qué golpe fue aquel para mí. El
consuelo fue que no sufrió, que no vio el fin de nuestra tragedia ni la guerra
mundial y lo que nos ha dejado. Yo estuve sirviendo a mi país hasta el último
momento posible, y fui el encargado de llevar á Ginebra, al Palacio de la
Sociedad de Naciones el Tesoro Artístico Nacional, salvado íntegro. ¡Otro día
te hablaré de mis angustias y mis trabajos durante dos años con los cuadros del
Prado, las maravillas de Toledo y El Escorial! Una vez entregado todo me quedé
sin saber qué hacer, en qué trabajar, abandonado y sin dinero. Felizmente
encontré trabajo en Ginebra, donde viví medio año archivando papeles de la
Embajada de México. Luego me vine a París porque me negué rotundamente á
marcharme á América con el resto de mi familia Giner, prefiriendo luchar en
este viejo mundo al que estoy tan pegado, á irme de profesor a América. Y aquí
me tienes. Primero he trabajado en la Junta de Cultura española, para amparar,
proteger y enviar a América a los intelectuales españoles. Después me ha
llamado la Biblioteca Nacional y aquí me tienes rehaciendo el Catálogo de los
fondos antiguos españoles. Ya lo he hecho en las Bibliotecas Mazarine y del
Arsenal y ahora estoy en la de Sainte Geneviève. Hasta cuándo? Dios dirá, mas
el mundo no lleva trazas de cambiar. Primero hemos vivido frente al Jardín de
Luxemburgo, ahora, desde hace casi tres años en esta rue Jacob, entre librerías
de viejo y anticuarios y á dos pasos del Louvre. Aquí me conocen y me aprecian
y empiezo también á ganarme la vida con expertises de pintura española.
Hemos sufrido mucho con la guerra,
hemos perdido mucho y hemos aguantado los largos y difíciles años de la
ocupación alemana rodeados de personas de la resistencia y sorteando cada día
los peligros de ser presos. Felizmente hemos llegado bien hasta el fin!!
También de todo esto hay mucho que contar.
El matrimonio Giner-Hollevacque vivió junto
al Palacio de Luxemburgo, cuartel general de los alemanes en París. El día que
abandonaban los nazis París, salieron a la calle a participar de la Historia.
José Giner cogió la mano de su mujer y le dijo: “No podemos quedarnos aquí
esperando. Esto es la historia. Tenemos que salir a ver lo que pasa”. Cruzaron
París en medio del tiroteo y el estruendo de los tanques aliados que estaban
ocupando la capital. Llegaron a Notre Dame en el momento en que De Gaulle
entraba en la nave central.
En 1940, él, Bataillon y un vecino de Collioure recibieron el encargo de José Machado de proteger las tumbas de Antonio Machado y de su madre en Collioure antes
los intentos de las autoridades franquistas de traer el cuerpo del poeta a
España. En 1958 se reinhumaron en Collioure los cuerpos en una sepultura nueva y
Giner Pantoja depositó en ellas un ramo de romero, pino y cantueso que mandó
recoger en el puerto de Navacerrada.
En 1957, se fundó en París el Ateneo
Iberoamericano del que fue su vicepresidente. Allí organizó cursos de historia
y de historia del arte y excursiones por París y alrededores. Sustituyó al
general Emilio Herrera Linares en la presidencia del Ateneo por fallecimiento del
ingeniero en 1967. La sesión del homenaje a Herrera se grabó y podemos escuchar ahora su voz.
Desde Francia comienza a realizar viajes intermitentes a
Madrid y a finales de los 60 regresa definitivamente a España. Retoma entonces
la dirección de las excursiones por toda España con los antiguos alumnos de la
Institución Libre de Enseñanza, llegando a realizar 103. La primera fue a
Toledo el 1 de diciembre de 1963, y la última fue a Sigüenza el 19 de diciembre
de 1976. Falleció en Madrid el 8 de abril de 1979, celebrándose misas en Nerja,
El Pardo y el Monasterio de las Descalzas Reales.
Esquela publicada en ABC el 6 de mayo de 1979 |
En 1977 realizó testamento, donde dispuso su enterramiento por
el rito católico, en el que siempre vivió, en el Cementerio de la Sacramental
de San Isidro en la sepultura de su padre, Alberto Giner Cossío. Pidió que se
introdujeran en la caja el Cristo, retratos y objetos piadosos que tenía en la
mesita de noche y que se echaran sobre su cuerpo las flores secas que había
recogido en sus excursiones por España. Como ejemplo de la extrema humildad de
la familia, en la lápida no figura ninguno de los nombres de los dos cuerpos inhumados.
Sepultura de José María Giner Pantoja en el Cementerio de la Sacramental de San Isidro. |
Legó al Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid la
copia del cuadro de la Virgen del Milagro que las monjas del monasterio regalaron
a su bisabuela Tomasa Agudo, al Museo del Prado el dinero sacado de la venta de
su piso de París, al Museo del Romanticismo el cuadro de su bisabuelo José
María Pantoja Lapuente, gobernador de las provincias de Zamora, León y Córdoba,
pintado por Antonio María Esquivel, y el tocador y costurero de su bisabuela
Tomasa. Por último, respecto de sus muebles, libros y objetos ordenó que se
repartieran entre sus albaceas y amigos y lo que no quisieran se dieran a las
Hermanitas de los Pobres o a cualquier institución benéfica.
Antonio María Esquivel, Retrato de don José María Pantoja y Lapuente. Museo Nacional del Romanticismo, nº inventario CE1892. Fotógrafo: Javier Rodríguez Barrera |
Para entonces ya se había desprendido de una de las dos casas que le quedaron en El Pardo tras la construcción por parte de Patrimonio Nacional de las del Paseo de El Pardo, que supuso el derribo de las situadas en la Calle San José. La casa situada en la Plaza de Rogelio Enríquez la donó a la que había sido criada de la familia en El Pardo y encargada del cobro de los alquileres, María Vega Carmona. Y la de la calle Mira el Río pasó tras su muerte a sus familiares Pantoja.
Casa de José Giner Pantoja en la calle Mira el río. Fotógrafa: Concha Cortés. |
José Giner Pantoja era un gran conocedor de El Pardo y su monte.
Cuando sus padres vivían en los Asilos salían todas las tardes a pasear por los
encinares. Él publicó una guía de excursiones por El Pardo en 1926 incluida en
el primer número de la revista Residencia, publicación de la Residencia
de Estudiantes. En ella recomendaba las visitas al convento del Cristo, al
Palacio de La Zarzuela, a Colmenar Viejo pasando por la fuente del Angosto, el
puente de Tejada y la casa de la Angorrilla, a la Marmota y a la Torre de la
Parada. Todos estos lugares destacan por sus magníficas vistas de la sierra de
Guadarrama, tan disfrutadas por su tío Francisco Giner de los Ríos.
Su primo Bernardo Giner de los Ríos que acompañaba a sus
tíos y primo recordaba en 1947 sus paseos por el monte y las puestas de sol
desde la Torre de la Parada:
Siempre que podía no me perdía el
paseo que todas las tardes daba él [Alberto], acompañado de mi tía Tomasa, por
el monte. Si no salía con ellos, me hacía el encontradizo. Aquella cara de
alegría suya al divisarme, sabiéndome tan amante como él de ese monte
maravilloso, que me enseñaron a amar tanto él como don Francisco, y bajo cuyas
encinas, en horas plácidas, sin prisas, en muda contemplación, he oído decir
cosas admirables a mi tío Paco, que no olvidaré nunca… sentado, acurrucado más
bien en el suelo, como está en ese maravilloso retrato, en el que parece un
monje franciscano, comiendo su pedazo de queso, con la pulcritud y el arte que
ponía en toda acción. (…)
He comenzado a amar y a apreciar la
belleza del campo en este monte admirable. Las puestas de sol, desde los altos
de la Torre de la Parada, teniendo a los pies las suavidades de los llanos que
llegan hasta el Palacio; y las encinas, a aquella hora, proyectando su sombra
alargada sobre estas suavidades, no se me han borrado nunca.
De sus excursiones con sus alumnos a El Pardo tenemos la relación de la que codirigió junto con José Ontañón el 4 de mayo de 1924. Esta
excursión la solían repetir tanto en primavera como en otoño, las dos
estaciones en las que el monte de El Pardo se encuentra más espléndido. Venían
andando desde la sede de la Institución, pasaban parte del día en el monte,
visitaban el Palacio con la iglesia, la Casita del Príncipe y el Convento del
Cristo y subían por el Manzanares hasta la fuente del Angosto. Por último,
regresaban a Madrid en autobús.
Se conservan varios testimonios sobre sus clases de Historia
e Historia del Arte. Antonio Jiménez-Landi recordaba así las primeras: “la
benignidad con que trataba a todos los personales, incluso a los menos idóneos
para merecerla. Esta actitud obedecía, no solamente a la gran bondad del
profesor, sino a su deseo de educar a los alumnos en la comprensión y en la
benevolencia hacia los demás, y, máxime, si se trataba de pueblos extraños;
pues la Historia que se enseñaba en la Institución procuraba ser imparcial,
patriótica; pero no patriotera, dirigida a la paz entre los pueblos.”
Consuelo Gutiérrez del Arroyo, discípula en la ILE y continuadora
de su trabajo en la sección de Órdenes militares en el Archivo Histórico
Nacional, recordaba las visitas al Museo del Prado. Cada martes desde los 11
años acudían a recorrer las obras:
Según los cursos, nuestros itinerarios
dentro del Museo variaban mucho. Quiero recordar ahora uno de los primeros que
hicimos: comenzamos con los primitivos flamencos – Van Eyck, Van der Weyden…
hasta Breughel y Teniers – para luego seguir con los primitivos italianos.
Luego pasábamos a los españoles: las clases cada vez, eran más un diálogo, un
constante preguntar y responder, un abrírsenos los ojos a todo. Si ante el
cuadro de los Van Eyck o los magníficos Van der Weyden el Sr. Giner hablaba,
explicándonos las características de esta escuela flamenca, siempre con una
claridad y sencillez extraordinaria, luego, ante los continuadores de éstos,
nos hacía ver las nuevas modalidades por ellos introducidas; unas veces
hablando con él, otras, haciéndonos hablar a nosotros, con preguntas agudas y
finas por su parte, con respuestas más o menos acertadas por la nuestra. Nos
dejaba que discurriéramos ante un cuadro, escuchando siempre atento, nuestras
observaciones, y llevándonos al buen camino cuando éstas empezaban a ser
disparatadas, siempre respetando lo que decíamos, pero dirigiendo nuestro
pensamiento para que nosotros mismos nos diéramos cuenta de que no estábamos en
los cierto, nunca cortando nuestras opiniones con una palabra de brusco
desacuerdo, nunca calificándolas de tontería, absurdo, disparate.
Ante los primitivos italianos el
diálogo continuaba. ¿Qué diferencia hay entre estos cuadros que ahora veis y
los flamencos de antes? Y otra vez empezábamos a hablar nosotros, y otra vez
seguía él, con interrupciones y observaciones, tirándonos de la lengua,
aclarando nuestras ideas, haciéndonos ver la belleza de esta diferente manera
de interpretar la pintura, y haciendo comparaciones entre una y otra escuela,
resaltando sus diferencias y características, y escuchando nuestras reacciones
estéticas y las preferencias que cada uno mostrábamos. […]
En los primeros cursos nos daba una
visión de conjunto de las diferentes escuelas, de los grandes maestros y de sus
obras principales. Más adelante nos dedicábamos a ver la pintura española, la
veneciana: el Greco, Velázquez, Goya, ocupaban varias etapas de nuestras
tardes. Nos hablaba de los diferentes influjos y etapas de su vida artística, y
luego nosotros, creíamos que solos, pero siempre guiados por él, lográbamos
clasificar cronológicamente, siempre razonando por qué, la obra de cualquiera
de ellos. Para mí las clases que así recibimos en las salas de Velázquez fueron
esclarecedoras e inolvidables […]
Otra de sus alumnas, María del Carmen Nogués, recordaba así las clases de Historia
del Arte de los jueves:
Además de las clases de Historia
que nos dio el Sr. Giner, con aquella feliz flexibilidad de nuestros planes de
estudio, también nos enseñó Arte. A veces, nos sentábamos en círculo e iba
pasando un montón de postales o de libros que veíamos uno por uno, asimilando
la explicación. Pero no contento con la ampliación de estos horizontes
pedagógicos, comenzaron las clases vespertinas – las amenísimas clases de los
jueves- proyectadas puertas fuera. Se nutrían de los alumnos de su clase
regular, de antiguos alumnos y de aquellos que concurrían por razones de
interés en el tema.
Pasados muchos años, comprendimos
que para el Sr. Giner las obras de arte eran la expresión más cabal de la
historia del período correspondiente, si es que sabemos ver la obra de arte. De
ahí que lo que aprendimos fuera un todo continuo. Nos familiarizó con la significación
que los aportes culturales tenían para la evolución de la Historia de
España. […]
La clase comenzaba con la lectura
del resumen de la clase anterior, encargado previamente y en la que todos
participábamos. A veces, confrontaba varias obras o épocas o estilos. Aunque en
estas clases expuso un panorama de arte en general, arquitectura, pintura y
escultura; recuerdo nítidamente el curso de la pintura del s. XVII en adelante.
Después de mostrarnos un cuadro de
Velázquez, para el que había empleado la palabra sutil, nos proyectaba la obra
de uno sus seguidores, haciendo notar que éste no supo hacer lo que su maestro,
pero sí cogió el alma de la figura, o bien otro la pincelada o aquel otro el
paisaje.
Estas clases poseían otro don.
Terminaban con una especie de “suspense” que nos motivaba para desear asistir a
la siguiente.
La admiración que el Sr. Giner
sentía por el Arte le impidió envejecer y ese sentir admiración por las cosas
bellas nos lo supo transmitir, y por ello le debemos gratitud.
Por último, queremos terminar este texto con la semblanza
que hizo su alumno el historiador Luis García de Valdeavellano:
Pero hoy nos aflige que Pepe Giner,
el Señor Giner, se nos ha ido calladamente, como vivió, y así tenía que ser
porque su sensibilidad, su educación, sus maneras, su saber mismo rechazaban el
ruido. A él le gustaba andar por el mundo de puntillas, silenciosamente, sin
que su nombre – como merecía – se hiciese oír entre los historiadores del Arte,
sin molestar a nadie, sin atraer la atención de nadie, recatadamente como
obedeciendo a un íntimo pudor. Así era Pepe Giner, el Señor Giner que nos ha
dejado para siempre: enemigo de todo bullicio y de toda vanidad personal,
sencillo, afable y afectuoso con todo el mundo, entrañable para los que quería
y sabía que le queríamos, pero siempre recatado en sus palabras, en sus
actitudes, en su conducta. Y era así por razón de que había asimilado como
pocos la educación recibida desde los años de su infancia y adolescencia en las
clases de la Institución y entre los encinares de El Pardo, junto al hogar
paterno.
Comentarios
Enhorabuena Javier muchísimas gracias por compartirlo con todos nosotros
muchas gracias por tus palabras y el enlace. Sí, toda la familia es muy interesante.
Un saludo
Javier