El Tranvía

En los primeros años del siglo XX existió un tranvía que unía La Florida con El Pardo, la vida de este tranvía fue corta. La «Sociedad del Tranvía del vapor de Madrid a El Pardo», fundada en 1903 por el marqués de Urquijo, el conde de Berbar, Isidro Lastra y Francisco Rodríguez, cerró en 1917 por el aumento del precio del carbón con motivo de la Primera Guerra Mundial. El tranvía tuvo sus talleres en el solar que ocupa actualmente el Colegio Público Monte de El Pardo.



Navegando por la web hemos encontrado otra imagen de la Llegada del tranvía a El Pardo.


Y para terminar reproducimos un texto escrito por Azorín en el que describe el trayecto desde La Florida a El Pardo recogido por Nicolás Ortega Cantero en Paisaje y excursiones: Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama, Madrid, Raíces, 2001, pp. 104-105.

"El tranvía ha comenzado a caminar lentamente; poco a poco la marcha aumenta; crece el estrépito de maderas viejas y herrumbres. Pasamos primero a lo largo de la fila de merenderos; los organillos lanzan sus notas joviales y claras; a la izquierda, por encima de las techumbres, por entre el ramaje, aparecen las riberas del Manzanares.

Ya hemos pasado bajo el puente de los Franceses; una larga alameda de olmos enormes se abre ante nosostros; los troncos rugosos aparecen, a trechos, manchados por los verdes líquenes; las ramas finas, desnudas, se recortan en el añil radiante.

Todavía el boscaje limita el horizonte; aún no ha parecido ante nosotros la perspectiva grande y severa del viejo campo castellano. Pero los árboles de la alameda van desapareciendo; atrás queda el boscaje gris, pardo, negruzco, de olmos y de plátanos; el tren asciende por un suave terreno... Y de pronto, ante nuestros ojos, ávidos de empaparse en la hermosura del paisaje, aparece una inmensa llanura de verde obscuro, con entonaciones azul intenso, rojiza, de un rojo profundo a trechos, amarillenta, de un sombrío amarillo, en otras partes.

No es éste el paisaje vasco, suave, melancólico, ensoñador, romántico; no es el paisaje levantino, claro, radiante, desnudo, de líneas y perfiles clásicos. Estas montañas no son las vagas montañas del Norte, esfumadas en la bruma que se desgarra; estas llanuras no son las llanuras diáfanas de Levante, cerradas por una línea de gráciles almendros o por un dorado ribazo del que desbordan los pámpanos presados. Aquí los colores son intensos, enérgicos, obscuros; una impresión de fuerza, de nobleza, de austeridad se exhala de la tonalidad de la tierra, de la vegetación baja, achaparrada, negruzca, de encinares y robledales, de la misma ondulación amplia, digna, majestuosa, que hace la tierra al alejarse.

Acá y allá, ante nosotros, en el llano sombrío, destacan las manchas, más intensas, de las encinas; a lo lejos, en la remota línea del horizonte, aparece, al otro lado de una loma negruzca, una larga pincelada menos negra, menos austera; más arriba, por encima de esta línea menos negra, aparece ya, cerrando en definitiva el horizonte, el telón azul del Guadarrama, con sus cresterías nevadas, nítidas, luminosas, irradiadoras..."

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